La primera y única vez que he usado un Prius fue hace seis años. Era un coche de flota de TECNALIA y me hacía una muchísima ilusión conducir ese monísimo híbrido automático. No cabía en mí. La ilusión me duró exactamente el tiempo de sentarme al volante: no sabía encenderlo, no encontraba las luces, no entendía los mandos y no tenía tiempo para leerme el enorme manual de instrucciones de la guantera.
Durante el viaje estuve a punto de romperme los dientes varias veces hasta acostumbrarme a no tener embrague. Pero la vergüenza suprema vino a la vuelta, cuando paré para echar gasolina (sí, el maldito necesita gasolina, como todo hijo de vecino) y pasé tanto tiempo dando vueltas que, al final, tuvo que venir el de la gasolinera muerto de risa para enseñarme cómo abrir el depósito. No he vuelto a reservar un Prius nunca más, y cada vez que veo uno por la calle se me ponen los pelos de punta. Continuar leyendo